
Me voy a pedir una para el salón.
Pues a un periodista que conocía y que probablemente fuera su amigo, cuando ya todos los fastos del día habían pasado, lo llevó a la Capilla Sixtina y lo dejó solo. Allí el hombre se estiró en el suelo y se pasó un buen rato admirando el techo. No está mal, ¿no?
Me enteré hace unos días cuando el periodista lo contó.
Culturilla Sixtina